miércoles, 3 de marzo de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XVI)

Vista de Zaragoza, nueva residencia de don Juan de Austria, obra de Juan Bautista Martínez del Mazo (1647). Museo del Prado de Madrid.


Una vez obtenidos los pertinentes permisos, don Juan se encaminó hacia Aragón, siendo recibido nada más entrar en el mismo por los Guardas del Reino con los más altos protocolos. Conforme iba transcurriendo su viaje cuentan las crónicas que era recibido con regocijo por todas las localidades que iba encontrándose a su paso. Resultaba obvio el enorme prestigio personal con el que contaba don Juan en esos territorios aragoneses, y más ahora después de haberse adjudicado el mérito de haber desplazado del poder al padre confesor, tan odiado en la tierras que ahora nuevamente pisaba.

Muy cerca de Zaragoza, en la actual Cuarte de Huerva, recibió la visita de las máximas autoridades regnícolas: el Virrey, el Justicia de Aragón, el Zalmedina y el Arzobispo de Zaragoza, fray Francisco de Gamboa, que meses antes le había negado su apoyo en su lucha contra el padre Nithard.

Finalmente, la entrada de don Juan en la “Ciudad Imperial” de Zaragoza (1) tuvo lugar el 29 de junio de 1669. Se puede decir que tanto en la en la ceremonia de la entrada pública , como en la jura de los fueros quiso don Juan resaltar el singular relieve de su dignidad de Vicario General. El Justicia de Aragón le tomó el juramento en pie y descubierto, deferente etiqueta no acostumbrada con los virreyes. La supremacía en el ceremonial, como era habitual en el mundo cortesano, expresaba de forma ostensible el reconocimiento del status que una persona ocupaba en su sociedad. Don Juan José aspiraba a materializar en la práctica con crecientes cotas de poder un puesto, el de Vicario de la Corona aragonesa, de difuso contenido y carácter honorífico. Por ello recibió con grandes muestras de agradecimiento la embajada del barón Pedro Boïl de Arenós, enviado en agosto de 1669 por el Consell General de Valencia a felicitar y dar la enhorabuena a don Juan por su nombramiento.

Una de las primeras medidas tomadas por don Juan a su llegada a Zaragoza fue desalojar al arzobispo Francisco de Gamboa del Palacio Arzobispal, que desde entonces sería la sede del Vicario General. Remarcaba don Juan de esta manera la preeminencia de su puesto con respecto a los virreyes ordinarios, accediendo a una residencia emplazada en el lugar más distinguido del espacio urbano, junto a la Seo y la Iglesia del Pilar, confluyendo la ubicación del poder político y de la devoción religiosa. Durante su Vicariato, don Juan José "enmendó, y mejoró" las estancias del Palacio Arzobispal, "con la curiosidad, y aliño, que pudo prestar el corto caudal de alhajas, que sus continuos movimientos en Italia, Flandes, y España, le havían permitido juntar" (2).

A pesar de este brillante inicio de su mandato, una ineludible contradicción estructural ensombrecía su presencia en Zaragoza. Aún habiendo neutralizado el protagonismo del Arzobispo, quedaba en la ciudad un rival manifiesto: el Virrey del Reino de Aragón, el Conde de Aranda, fiel partidario de la reina doña Mariana. La Corte de Zaragoza mantuvo durante algunos meses un anómalo carácter bicéfalo que encubría una soterrada prueba de fuerza. En marzo de 1670, Juan José rompió virulentamente el estado de las cosas. En la noche del día 11 entraron en la casa del Virrey numerosos caballeros dirigidos, entre otros, por los aragoneses Sancho Abarca y Francisco Pueyo. Bajo pretexto de que el Conde de Aranda maquinaba envenenar al Vicario General en connivencia con destacados ministros de la Reina, don Juan había dispuesto aquella irrupción sorpresiva, con el ánimo de encontrar pruebas que corroborasen aquel extremo. Intento fallido, que demostró con todo la notable capacidad de maniobra que ya entonces poseía don Juan José, participando en el asalto importantes títulos aragoneses como el Duque de Híjar, los marqueses de Navarrés y Coscojuela, el Conde de Castelflorit, ... Las mismas rondas municipales se abstuvieron de intervenir, prevenidas en este sentido por el Jurado en Cap de aquel año, Francisco Ripol (3). El amplio margen de actuación del Vicario se confirmó con la impasibilidad de las autoridades municipales y regnícolas en investigar el suceso, cuya fragrante arbitrariedad quedaba expuesta por la ausencia de pruebas. El capitulo y consejo de Zaragoza expresó su duelo “por estar amenazada la vida de Don Juan” (4). El virrey Conde de Aranda, poco estimado en Aragón por presuntos contrafueros y deshonrado por sus compañeros de estamento, se vio forzado a abandonar la ciudad de incógnito el 14 de marzo, marchándose apresurado del Reino. El gobierno superior de Zaragoza quedaba en las manos de don Juan de Austria como Lugarteniente y Capitán General del Reino de Aragón.

Dio la casualidad además de que el Marqués de Aytona, gran enemigo de don Juan, murió a los pocos días de los hechos anteriormente narrado, en concreto el 17 de marzo, de una purga que le habían practicado seis o siete días antes. De nuevo circularon las sospechas de asesinato muy usuales en muertes de hombres poderosos fallecidos inesperadamente. Nadie pudo certificar la consumación de un envenenamiento, sin embargo el momento elegido por el polémico marqués no podía haber sido más oportuno. Pues esta muerte, según todos los indicios, beneficiaba a don Juan José.

En relación con la conspiración en torno al intento de homicidio de don Juan fue apresado don Antonio de Córdoba Montemayor, un caballero de oscuro pasado que ya estaba cumpliendo condena cuando se descubrió el escándalo en Zaragoza. Don Antonio de Córdoba apareció sospechosamente en la ciudad imperial pocos días después de que don Juan recibiera la comunicación de su pronto asesinato, pues le habían sacado de la cárcel el día de jueves santo, 3 de abril de ese año de 1670. Una vez en manos de la justicia, fue encerrado en la cárcel de corte, donde se continuó su proceso y se le dictó sentencia tras sus dos declaraciones, muy espaciadas y hasta cierto punto contradictorias, que le fueron tomadas en Zaragoza y en la Corte.

En el juicio, el fiscal del Consejo, Don Joseph Beltrán de Arnedo, acusó a don Antonio de Córdoba de mentir ante la justicia y de ejercer de espía doble en la supuesta trama de asesinato del señor don Juan.

En su primera declaración, realizada el 18 de abril de 1670 en Zaragoza, don Antonio había asegurado que el Marqués de Aytona, el Inquisidor general, el Almirante de Castilla, el Marqués de Castelrodrigo, el Conde de Melgar y el Conde de Aranda habían maquinado la muerte del señor don Juan, para lo cual habían buscado medios humanos con la promesa de mercedes. Don Antonio, que por aquel entonces cumplía condena, había recibido una correspondencia de Inquisidor general Valladares en la cual éste le había prometido dos cosas: soltarlo de la prisión en la que estaba por haber convivido con una mujer casada, y otorgarle un salvoconducto para que pudiera seguir compartiendo techo con la amancebada; todo ello a cambio de colaborar en la muerte don Juan José. Según don Antonio la conspiración estaba muy bien organizada, en un principio estos grandes señores habían intentado la muerte violenta del de Austria, asunto del que debería haberse encargado la cuadrilla de don Jaime Ruíz Castel Blanque, colaborador de don Antonio. La gran vigilancia de la casa de don Juan y la rapidez con que se había querido preparar esta muerte, habían convencido a estos ministros de la necesidad de preparar otro plan: el envenenamiento. Don Antonio declaró que aquel veneno debía impregnar el pliego de las cartas del Marqués de Aytona para don Juan José y que éstas debían estar dentro de un cofrecillo que un mozo llamado Alonso entregaría a don Jaime Ruiz de Castel Blanque para llevarlas a su vez a Zaragoza a la casa del Conde de Aranda, encargado de hacer llegar este correo a don Juan José.

La gravedad de la situación provocó el miedo de la Regente, a la que habían hecho llegar informaciones de que don Juan José pensaba presentarse en la Corte en compañía del Cardenal y de la caballería de Toledo para solventar la intriga de su asesinato. Doña Mariana escribió una carta al presidente del Consejo y Junta de Gobierno expresándole sus temores y afirmando que Carlos II no había ordenado de ningún modo la venida de don Juan a la Corte: “mi hijo me ha dicho que de ninguna manera es con llamamiento suyo y no siendo esso no ay tanto que recelar” (5).

La reclusión de don Antonio de Córdoba, principal implicado en el caso de la intriga para asesinar a don Juan José, no duró demasiado. El 22 de julio de ese mismo año (1670) llegó a la Corte un aviso en el que se informaba de la desaparición de don Antonio de Córdoba y su hermano de Zaragoza, y de su posible marcha hacia la Corte, donde se preveía que podían generar problemas.. Esta nota no hizo sino aumentar los temores de la Reina que ordenó la búsqueda y captura inmediata de don Antonio de Córdoba Montemayor, encontrado varios meses después. El 29 deseptiembre de 1670 la Regente recibió un informe del Virrey de Navarra en el que se comunicaba el prendimiento de don Antonio de Córdoba en la villa de Arguedas. El prisionero había sido encarcelado por orden del Virrey en el Castillo de Pamplona a la espera de que doña Mariana ordenara su traslado a la cárcel de Corte.

Todo parece indicar que la Reina tenía un especial interés en encarcelar al fugitivo; sin duda éste guardaba secretos que inculpaban directamente a los ministros con más poder de su gobierno, que, en última instancia, dependían de su autoridad. Se desconoce si esta férrea actitud ante el caso se debió a sus acostumbrados miedos a las reacciones de don Juan José o a una posible implicación propia en el caso. Lo cierto es que doña Mariana demostró una especial atención en borrar el rastro de don Antonio que, finalmente se llevaría las mentiras y verdades del intento de asesinato a la tumba.

El 6 de diciembre de 1670, don Antonio de Córdoba escribió una carta al Consejo quejándose de las malas condiciones de la cárcel en la que estaba recluido en Pamplona
y en la que solicitaba que lo enviaran a la Corte para dar parte de todo lo que sabía sobre las materias de don Juan:

“la ynhumana vida con que me tratan… VE que diga a SM que si me tienen preso por las cosas de Don Juan de Austria que me lleven a esa Corte y si yo no diere bastante prueba de ser verdad cuanto e dicho que me corten la cabeza… de los grillos y cadenas estoy tullio… entre cuatro paredes sin comunicación y con calenturas…” (6).

El 8 de octubre se efectuó el cambio de prisión de don Antonio con una rúbrica contundente de la Reina: “téngase muy particular cuidado en su custodia”.

En la segunda declaración de diciembre de 1670, en la Cárcel de Corte, don Antonio afirmó que la carta que supuestamente él había escrito al señor don Juan para que lo sacara de la cárcel con la promesa de detallarle todo el plan para su asesinato, existía, pero que la había escrito de manera forzada, al tenerle don Juan encerrado nueve días en sus aposentos.

La interpretación de los hechos por el fiscal fue la que prevaleció: don Antonio de Córdoba se había ofrecido al marqués de Aytona para dar muerte a don Juan, algo que éste habría rechazado; por otro lado habría escrito a don Juan José para que lo sacara de la cárcel a cambio de darle información sobre el nombre, calle y casa del alemán que había elaborado el veneno… así es como en la noche de jueves santo de 1670, don Antonio de Córdoba habría salido de la Corte para dirigirse a Zaragoza, donde hizo una declaración de la que luego se retractó, confundiendo a la justicia

Y por involucrar a personas tan relevantes como el Marqués de Aitona, el Presidente de Castilla y a don Juan de Austria, incurriendo en un delito de lesa majestad, el fiscal pidió: “se le condene […] en las mayores y mas graves penas en que a incurrido conforme a derecho y leyes destos reinos y en la ordinaria de muerte y perdimiento de todos sus bienes…”. El delito de actuar como “espía doble” era grave, casi como el de lesa majestad, con lo que don Antonio fue condenado a pena de muerte.

Finalmente, don Antonio de Córdoba fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid el 12 de febrero de 1672. Con esta muerte y el silencio de don Juan, terminaron las conspiraciones fraguadas durante la regencia, sobre su asesinato.


Fuentes principales:

*Alvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)”. Pedralbes: Revista d'historia moderna, ISSN 0211-9587, Nº 12, 1992, pags. 239-292.

* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.

* Ruiz Rodríguez, Ignacio. Fernando De Valenzuela : “Origenes, ascenso y caida de un duende de la Corte del Rey Hechizado”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.


(1) Así llamaban los cronistas de la época a la capital maña. Un ejemplo en “Relación de la entrada en la Imperial Ciudad de Zaragoza de su Alteza Sereníssima el Señor Don Juan” (1669) de Eugenia Buesso.

(2) Así lo refiere con modestia su secretari0 Fabro Bremudans en “Viage del Rey Nuestro Señor Don Carlos II al Reyno de Aragón”, Madrid, 1680 (reedic. en facsímil en Zaragoza, 1985), p. 95; también la p. 52 señala como Don Juan ordenó reparar en aquellos años las partes rnás deteriaradas del Palacio de la Aljafería.

(3) En las Cortes de Zaragoza de 1678 Ripol recibiría la merced que gratificaba sus servicios a don Juan, obteniendo la Alcaldia de la Seca de Zaragoza (Archivo de la Corona de Aragón -ACA-, Consejo de Aragón -CA-, legajo 1.368, "Relación de las mercedes que el Rey ha hecho", indicación 811). Tal vez las desavenencias del Jurado en Cap con la facción imperante en la Corte de Madrid comenzaron cuando se antepuso en el Hospital General de Aragón a Antonio de Liñán, a pesar de tener Ripol derecho de futura sucesión concedido por Felipe III.

(4) El manifiesto entregado a la ciudad de Zaragoza por Patiño, secretari0 de Don Juan, sobre la entrada en la casa del Conde Aranda y la respuesta de la ciudad en BN, Mss. 18.443, ff. 131-132.

(5) AGS. Estado, leg. 8818. 14 de abril de 1670.

(6) AGS. Estado, leg. 8818.

10 comentarios:

  1. ¡Qué tremendo! Cuánta intriga y conspiración para quitar de en medio al bastardo don Juan. Debía estar implicada media Corte por las premuras de tapar el asunto por parte de la Regente. Al final se buscó un chivo expiatorio, seguramente implicado pero no el instigador, que pagara el pato. Aquello era vivir peligrosamente.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Desde luego la vida de don Juan debiò ser de una continua tensiòn y temor por las conspiraciòn que generaba su persona, al menos sabìa que podìa contar con un nùmero de leales colaboradores y amigos, los que pasarìan a llamarse "juanistas".

    En cuando a don Antonio de Còrdona, fue el que acabò pagando el plato que habìan cocinados los Grandes y la Reina, opositores de don Juan.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Madre mia, menuda situacion! Como andaban las cosas tambien por esta corte, con venenos e intentos de asesinato, a veces consumado. Juan Jose de Austria era un pajaro de cuidado, pero sus enemigos no se quedaban atras, por lo que se ve. Una epoca de lo mas apasionante.

    Feliz dia

    Bisous

    ResponderEliminar
  4. Si, vemos como el Barroco, en casi todas las cortes fue una època de intrigas y conspiraciones para hacerse con el poder. Los venenos estaban a la orden del dìa y habìa gente que se ganaba la vida con su elaboraciòn.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Había auténticas oleadas de pánico creadas por los venenos, en concreto los llamados "polvos de Milán". La práctica del envenenamiento se daba incluso entre gente corriente, como he tenido ocasión de ver en algunas escrituras notariales del XVII, donde hay acusaciones al respecto.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Gracias por la aclaraciòn gomez de leaca, sin duda, muy interesante lo que comentas.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  7. Me siento un aprendiz entre tanta historia y bien contada, la realidad es que soy un lego en la materia pero me gusta descubrir de los que más saben, y creo que encontré conjuntamente con la de Madame Minuet unas páginas excelentes para poder disfrutar de ella.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  8. Genial todo el relato y poco valorado el pequeño Jeromín. Grandes servicios hizo a España D. Juan de Austria. Hay que seguir rescatándolo. Saludos desde el sur de España más lluvioso del mundo.

    ResponderEliminar
  9. Muy interesante y detallado. Me gusta mucho. Gracias por agregarte a mi bloc. Que envidia me da saber del tiempo que dispones para dedicarle a tu blog.
    A bear hug.
    By Inquisitormurciano.

    ResponderEliminar
  10. Muchas gracias a los 3 nuevos seguidores y espero de poder seguir escrbiendo cosas que sean de vuestro interés.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar